No siempre velo y mortaja del cielo bajan, como dice un dicho popular. A Sandra la han dejado plantada tres veces “y otra no me pasa. Claro, eso no quiere decir que no sueñe con tener una pareja y una familia, pero no pasando por el altar”. Lo dice y se ríe porque ya “estoy curada de estas experiencias”.
Dos veces llegó a vestirse de novia. En la primera se quedó en el carro esperando que le dijeran que ya el novio estaba en el altar esperándola. Él nunca llegó. En la segunda, ya con una experiencia vivida, se cambió, pero nunca salió de la casa hasta estar bien segura. En la última, supo que no habría bodas porque su novio nunca le tomó el teléfono el día anterior. “En la noche supe que no iba a haber matrimonio”. Las dos últimas eran por lo civil.
Ella tiene 38 años y eso es lo único que le preocupa ahora mismo. “Tú sabes que mientras más avanzas en edad, menor es la posibilidad de que tengas a tus hijos, y ahora mismo eso es lo único que de verdad te puedo decir que anhelo. Eso sí, no quiero que nadie me hable de boda”. En esta ocasión se puso melancólica.
Ataviada con un vestido estampado de tonos pasteles, unos tenis blancos, el pelo recogido y un maquillaje suave la protagonista de esta historia, se acomodó en un pequeño otomán redondo, de color gris y continuó su reto. Hizo referencia a que ahora mismo está concentrada en seguir capacitándose. “Eso realmente, es lo que más me gusta de la vida, de hecho, a veces pienso que es por eso que los hombres me huyen”. No se goza el comentario. Al contrario, se pone pensativa como si en realidad ya tuviera esa afirmación.
Cruza las piernas y, al darse cuenta de que su alta estatura le pide movilizarse en el pequeño asiento, toma una silla y procede a sentarse. “Ahora estoy más cómoda”. Sonríe y prosigue. “Cada experiencia ha sido difícil de asimilar. Por supuesto, la primera te marca y te llena de miedo. La segunda te hace dudar hasta de ti, y la tercera te destroza y te lleva a tirar la toalla”. Tres experiencias iguales en el resultado, pero con emociones distintas.
El “plantón” más traumático
Como ha dicho Sandra, (el nombre que pocos saben que tiene), el primero fue devastador, pero al último no le tiene nombre. “Te cuento que ya yo estaba resignada a no volver a soñar con una boda. Estaba en un momento en el que había medio superado el segundo plantón, y decía que de volver a tener una pareja, sería sin firmar papeles”. Respira, y la mujer que no había botado una sola lágrima, se desploma por unos largos minutos.
Al retomar el tema no pierde la oportunidad de decir: “No se imaginan lo que me costó aceptar casarme con esa persona, a quien tantas veces le dije lo que me había pasado y el temor que eso me provocaba. Se comportaba como que me entendía a la perfección. Siempre me trató bien. Es tanto así que, duró más de un año detrás de mí y yo no le hacía caso por mis temores. Me convenció y luego me dejó con el moño hecho”. Aunque esta última frase popular, parece un chiste,no lo toma así.
Define como perverso lo que le hizo esa persona. “Se fue del país el día antes de la boda y me llamó un día después de haber pasado la fecha. Su justificación fue que le dio miedo y le hizo caso a su familia. ‘me dijeron que lo pensara bien porque por algo te había pasado eso, que era una maldición’. Yo quedé mal con esa explicación y hasta el sol de hoy, nunca más le he dirigido la palabra”. De eso hace cuatro años y, aunque le ha escrito por redes sociales, ella lo ignora y bloquea y él busca la forma de resarcir lo que tanto daño le causó.
“Mi familia y yo hemos perdido miles y miles de pesos en unos preparativos que se quedaron sólo en eso”
Testimonio. Sorpresivamente, en la primera boda fue que menos gastaron, pues tanto ella como su prometido eran muy jóvenes para entonces. En la segunda fue que se hizo el gran gasto. En la última hubo más moderación por el miedo a que no se diera, y así fue.
RELATO
Sandrá no ofreció cifra exacta de lo que han gastado ella y su familia en las tres bodas fallidas. En la primera, aunque era por la iglesia, fueron más moderados y, la familia de su prometido también se involucró en los gastos. “Como éramos muy jóvenes, todo fue modesto, aunque bonito y fino”. Él tenía 25 años y ella 23.
A Sandra le costó superar la situación porque era su primer amor. Cinco años después fue que decidió tener otro novio que, a los ochos meses de noviazgo, le pidió matrimonio. “Le conté lo que me había pasado, desde que se interesó en mí. Me prometió que se encargaría de hacerme olvidar esos malos ratos, y me lo demostró. Me enamoré de él y cuando me pidió matrimonio, dije que sí”. Ya tenía 29 años. En cuatro meses organizaron una gran boda, aunque por el civil. Fue la más costosa. Para entonces ella tenía un buen trabajo.
Con dos desplantes en su haber, la dueña de este relato, que por cierto, fue conseguido gracias a Birmania Rodríguez, una lectora fiel de LISTÍN DIARIO, pasó mucho tiempo sin voltear a ver a ningún hombre con intenciones amorosas. Ir a un psicólogo la ayudó y, cinco años y algunos meses después, “un galán” conquistó su corazón e intentó curar tantas heridas. No fue tanto el gasto, pero implicó un gran sacrificio económico por parte de su familia.
Razones del desplante
A razón que meses después le dio el primer prometido “no tiene ni pies ni cabeza”. Eso dice ella antes de explicar la justificación que obtuvo de su parte. “Como a los tres o cuatro meses de lo sucedido, me llamó y me dijo: ‘sabes que toda la vida te voy a amar, pero me dio miedo, un ataque de pánico, no sé que me pasó, no te llamé antes porque me daba vergüenza, perdóname’. Le dije tantas cosas, de hecho, tomé el celular porque era un número que no conocía”. Eso pasó en el año 2009.
“El ataque de pánico” lo llevó a irse el día de la boda para Santiago. Se fue solo, pero luego se le sumaron unos amigos. “Se marchó a las dos y pico de la tarde, según él”. El matrimonio era a las 6:00. Como nunca la esperó en el altar, ella, por suerte, no llegó a desfilar por la alfombra roja de la iglesia.
El segundo fue más diplomático. “La noche anterior hasta me preguntó que si quería que nos quedáramos juntos desde ese momento y que nos olvidáramos de la boda. Me despertó mucha suspicacia y me acosté pensando en eso, al punto de que el día de la boda, no quise salir de la casa hasta que me dijeran que él estaba en el club donde iba a ser la celebración”. El juez se cansó de esperarlos a los dos y nunca llegaron. Él, porque había decidido no casarse, y ella, porque su corazón le decía que él no llegaría.
“Fue una tía de él, la que lo crió, que me visitó para pedir disculpa. Mi familia le dijo lo que tenía que decir, yo no salí. Total, no tenía nada que hablar con ella. Dijo que ellos cargarían con todo lo que se gastó, y mi papá la puso en su sitio. No era un asunto de dinero”. Esta experiencia la llevó a mudarse por un tiempo a Puerto Rico con su mamá. Y a los tres años fue que él pudo hablarle, “no le respondí ni media palabra, hasta el sol de hoy”.
Ya del último dijo que fue lo peor que le pasó porque se marchó un día antes. Aunque ya estaba curada de las anteriores veces, ésta la marcó por la forma despiadada de ese ‘galán’ que resultó ser un sapo’. Luego le propuso volver a Puerto Rico para que se casaran. Un “no” rotundo es lo que mantiene para él y para su primer novio, quien en varias ocasiones ha querido volver con ella.
Tres vestidos, tres anillos
Distintos, pero todos hermosos, fueron los trajes y anillos escogidos para sus tres matrimonios, los que nunca pudo concretar. En cambio, con lo que si ha podido “casarse” es con el conocimiento. Hoy, tiene dos carreras, tres maestrías, varios diplomados y, piensa seguir estudiando en lo que llega una pareja con quien, sin firmar papeles, pueda formar una familia.
Por: Marta Queliz